Por
aquellos años, en el pueblo de mis abuelos todavía se hablaba a la manera antigua propia de la región
noroeste del campo chihuahuense, aspirando las “s”, “f y “J” y antes o después
de algunas vocales, de manera que un diálogo habitual se escucharía más o menos
así:
-Hihese
usteh don Juan que la vaquilla coloraha anda perdiha-
-¿Y
pa´honde habrá agarrado, oiga?-
-Nooo,
pos yo que he. Ya nos huimos a buscarla
por hel río y nada.
-Ah
qué animal tan tarugo, ha ver hi no he
lo llevaron ya loh cuatreroh hehos que
andan ahí por hel ohito.
Algunos
de mis tíos todavía hablan así.
Siendo
un lugar tan pequeño, todos se conocían, se visitaban y tenían que ver entre
sí, sea por familiaridad, compadrazgos, negocios o simplemente por vecindad. La
solidaridad era un valor fundamental para la cohesión social. Desde luego los varones se apoyaban
en las faenas de trabajo y las mujeres estaban siempre pendientes de las necesidades de los enfermos
y los ancianos, a los que era común que se les enviara un caldito de gallina de
vez en cuando.
Si
alguna familia sacrificaba marrano, se guisaban los cueros y a todo el vecindario
le alcanzaban chicharrones por lo menos. Igual cuando las mujeres se reunían a
hornear pan de levadura o bizcochos, entonces te decían a ti chiquillo: Anda,
ve a ca’he Balbina, o Chú, o Delfino, o
de quien se tratara, llévale estos poquitos de panes.
Otro
modismo de la región era justamente ese,
la forma de señalar el sitio donde vivía la persona con el “Ca’he”. Pues bien, en ca´he Juan Frescas, su mujer
María Trevizo preparaba, si no diario por lo menos un día sí y otro no, el
queso asadero y derivados. Productos que tenían – y tienen- importantísimo lugar en la dieta cotidiana de cualquier persona de por el
rumbo.
La
abuela María , con la sabiduría y habilidad que le daba la experiencia de realizar esta actividad durante toda una
vida, elaboraba los mejores asaderos que he comido hasta la fecha, lo mismo que
requesón y cuajada. Yo niña me paraba todo el tiempo a su lado mientras ella efectuaba aquellos movimientos mágicos de donde emergía la ricura en hebras blanquecinas que me
ofrecía directo a la boca, en un juego inaudito
pero gozosamente delicioso de complicidad culinaria.
Y el café con la espuma de la leche,
ResponderEliminar¡ Riquisimo !