martes, 3 de diciembre de 2013

GALLETAS DE JENGIBRE



Hubiera querido que los recuerdos mostrados en Historias de Cocina tuvieran un orden cronológico,  como  episodios  en una línea de tiempo, pero la verdad es que los recuerdos no tienen orden y  a veces tampoco secuencia, se suscitan por cualquier cosa, desde una canción en la radio hasta por un aroma  pueden traerlos. Ya lo dijo Silvio “qué maneras más curiosas de recordar tiene uno…”
Pocas veces lloro, menos en público, ni aún en los peores episodios de mi vida he llorado  así de tajo frente a los demás. Por algo dicen que soy fría y dura, no sé, hay quienes así lo dicen, pero  ayer amanecí con ganas de llorar, llorar por todo, por las  partidas ocurridas hace no sé cuánto tiempo, por las ofensas recibidas, por la ausencia del ser amado… por todo y nada,  y a las primeras dos lágrimas que me sequé con el dorso de la mano, antes que soltar el llanto  decidí hornear unas galletas como preámbulo a las celebraciones navideñas.
Mientras buscaba la esencia de vainilla en los anaqueles del supermercado caí en la cuenta de que estaba repitiendo la peculiar conducta de mi abuela. Nunca la vi llorar en 38 años, pasara lo que  pasara, ni por todas las calamidades de la familia (en cualquier familia  suceden calamidades, ninguna se salva); con los 5 hijos varones pasándose al otro lado de braceros o de mojados; con las preocupaciones que daban los malos yernos;  la muerte de su padre, la de su madre; ni por las barrumbadas de unos y otros, no, ella permanecía no digo que incólume porque no era esa su actitud, sino más bien tremendamente ocupada en sus quehaceres, que no eran pocos y que antes he descrito.
Ocupaciones que diariamente empezaban con el lavado del nixtamal, la preparación de las tortillas para el desayuno, dar el desayuno, atender a las aves de corral, regar jardines y huerta,  extraer agua del pozo, lavar ropa y trastes, planchar, preparar comida, cena, más tortillas y lo que se agregara, como remendar los pantalones de mezclilla, freír sopaipillas, hornear pan de levadura o preparar con tiempo el tesguino para los festejos de santos y cumpleaños
Había una de esas actividades que me parecía extraordinariamente difícil: lavar los colchones. Si cada tanto se lavaban los colchones que eran de borrega de lana, lo cual implicaba descocerlos, extraer la borrega, sacudirla mucho hasta quitarle todo polvo y ponerla al sol para desinfectarla antes de volver a introducirla en las fundas limpias y una vez hecho esto cerrar con costura a mano y “acolchar”.
Siendo yo una de las dos nietas mayores, pasaba mucho tiempo pegada a su falda observando  cada uno de sus movimientos; siempre me pareció que se movía en una especie de danza cuidadosamente planeada, cada paso que daba tenía un sentido y al final ofrecía como resultado algún beneficio para el colectivo familiar.  En cierta ocasión la vi descocer unas prendas de lana a cuadros y con ellas confeccionarme un traje de falda y saco en combinación con  pana que me encantaba y me hacía feliz.
Así que, simplemente, doña María Trevizo no tenía tiempo ni lugar para las penas.
Inicié mi vida de casada siendo prácticamente una adolescente y por consecuencia, de cocina no sabía más que guisar huevos y frijoles, además de cocinar el clásico arroz con tomate, cebolla y ajo que no siempre me salía bien. Por desgracia,  el marido  que escogí  logró convertir  el sagrado momento de los alimentos en un auténtico y enfermizo suplicio para mi persona, ya que me regresaba los platos con un manotazo y un mohín acompañados de la típica frase “Así no lo hace mi mamá”  o “eso no me gusta” y no le gustaba nada pero nada que no fueran frijoles, chuletas asadas y  tortillas de harina. Bueno pero… esto quedará para otro texto porque debo contarles completa  la anécdota de los frijoles en olla de barro.
Desde luego debí aprender a cocinar y lo hice bien, valiéndome de libros y revistas. Aun conservo en una carpeta muchas hojas  de revistas con recetas  de todos los tiempos.
Mi primer hijo tendría como un año de edad cuando, cansada de la  falta  de consideraciones del marido,  decidí tomarme unas vacaciones en casa de los abuelos, para alejarme y reflexionar. Ese verano volví con los abuelos en otra posición, ya no como la niña curiosa sino como una joven madre, entonces pude asumir algunas de las responsabilidades propias de las mujeres adultas. La relación con la abuela fue totalmente distinta, siendo amas de casa podíamos compartir entre nosotras desde los más sencillos hasta los más complicados secretos culinarios. Un mediodía caluroso, mientras el bebé  chapoteba sentado en una tina con agua al alcance de nuestra vista, le mostré cómo lograr que la pasta quedara al “dente” y nos preparamos una gran cacerola de delicioso espagueti. A partir de entonces y cada vez que se pudo en los años venideros preparé el espaguetti  para las ocasiones especiales de la familia.
Mayores y enfermos, tiempo después los abuelos vinieron a radicar a la ciudad. Primero murió el abuelo, única ocasión en  que vi llorar a la abuela  y lo hizo de manera muy discreta, un pequeño grito ahogado de dolor y un par de sollozos sofocados, luego algunas lágrimas cayeron de sus ojos, lentas y nítidas, hasta desaparecer absorbidas por el rebozo.   En ese momento dijo  que qué iba a ser de ella sin su Juan, pero las hijas y nietas de inmediato le hicimos sentir que aún tenía mucho qué hacer por su familia.
Pasaron los años, la vida siguió, en mi existencia hubo de todo, amor, dolor, uniones, separaciones, desencantos y nuevas ilusiones, único modo de continuar en pie. Estaba yo en la ciudad de México, trabajando, cuando recibí una llamada de mi madre para notificarme que la abuela  había sido ingresada al hospital pues se encontraba bastante mal y  que preguntaba recurrentemente por la fecha de mi regreso porque  tenía ganas de comer el espaguetti. Sentía una gran ilusión de salir del hospital (se negaba rotundamente a aceptar las comidas que le llevaban) para comer el espaguetti de Flor  María. Del aeropuerto me dirigí al hospital, entré a su habitación y le tomé la mano, así estuvimos mucho tiempo. “No me sueltes –decía- siento que me caigo, no me sueltes”. Esa noche falleció.
Estos recuerdos me vienen a la memoria agregando una buena dosis de nostalgia a los sentimientos que ya de por si  me  invadían, aún así encuentro la entereza para enjuagarme las lágrimas  y seguir batiendo la masa de las galletas de jengibre.

GALLETAS DE JENGIBRE
Ingredientes:
260 gr de harina
150 gr demantequilla
100 gr de azúcar mascabado
1 cdita de bicarbonato
1 cdita de canela molida
1cdita de jengibre molido seco
1 huevo
½ cdita de sal
Preparación:

1.       Precaliente el horno a 180ºC
2.       Tamizar la harina con el bicarbonato, el jengibre y la canela, coloque en un tazón apropiado.
3.       Batir el huevo y verter sobre la harina, mezclar
4.       Batir la mantequilla hasta acremar , agregar la harina y la sal
5.       Amasar hasta lograr una masa homogénea
6.       En una superficie enharinada extienda la masa con el palote hasta ½ cmto de grosor
7.       Corte la galletas y coloque sobre las charolas para hornear
8.       Hornee de 15 a 20 mins.

9.       Deje enfriar antes de decorar.

1 comentario:

  1. Qué emotivos estos recuerdos que evoca la comida. Recuerdo de mi abue (afortunadamente viva) el café matutino con galletas Marías, los tés y su poder curativo y me enseñó a guisar papas sin que se batan.

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