sábado, 24 de octubre de 2020

Crepas sabatinas


 

LAS VENTAJAS DEL CONCEPTO ABIERTO

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Primer sábado del regreso al semáforo rojo, las noticias de los contagios por COVID19 van cerrando  mi cerco de protección y el de mi familia. Algo hay de desesperación en el oxígeno que alimenta mis pulmones, ya de por si contraídos por la permanente contaminación que circunda la cotidianidad de una ciudad como ésta, seca y soleada, lacerada por el continuo rumor de los motores de automóviles humeantes.

¿Cómo iniciar la rutina sabatina  a sabiendas de que hay que enviar los pésames y que no será posible abrazar, ni tender la mano, ni acercarse? Lágrimas.

De madrugada soñé que me cambiaba de casa, sueño recurrente desde hace años, de cuando dejé de soñar que volaba. Los sueños de cambio de casa no suelen ser afortunados en mi semiótica personal. A veces las casas del sueño están en obra negra, o derruidas de tan viejas, o bombardeadas por extrañas guerras civiles o amenazadas por delincuentes; a veces son mejores y más lujosas que mi casa actual pero algo hay que las hace inhabitables para mí. La de esta madrugada era hermosa, llena de agradables rincones, solo que mis mascotas Mancha y Owí no tenían cabida. Finalmente el agradable sueño se convirtió en angustiosa pesadilla al mirar la sufrida carita de mis compañeros de vida y surgir la interrogante: ¿Qué hacer?

Ya con la luz del amanecer abro los ojos en mi habitación y me abrazo a las almohadas, me aferro a no salir de aquí, a permanecer entre estas  paredes claras y la furtiva presencia del astro que  traspasa  las cortinas traslúcidas.  

 

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Primer sábado del regreso al semáforo rojo. Ropa en la lavadora, agua calentándose en la estufa. El sol en pleno inunda mi pequeña sala-cocina-comedor (diseño  de algún arquitecto del sistema con ideas avantgarde tercermundistas) y se topa con los cuadros, los libros, las plantas, las cerámicas, se desparrama sobre la mesa de madera que amo y todo en conjunto me vuelve a la acción. Las ventajas del concepto abierto.

La lluvia energética de “You Should Be Dancing” es  mi mantra para empezar, sigue  “Stayin alive”, bailo frente al espejo recordando aquellas tardes de Disco Dance  de la adolescencia. A ritmo de  de “YMCA” abro el refrigerador, casi fin de mes, muy pocas cosas: un huevo, medio litro de leche, medio kilo de harina, una pera, algo de mermelada de ciruelas,  si acaso una cucharada de mantequilla, dos rebanadas de jamón. ¡Listo, ya se: crepas!

Las malas épocas me enseñaron a hacer mucho con poco y no me puedo quejar  en realidad, por suerte tengo un “fin de mes”, un refrigerador, una estufa,  un reproductor de música con bocinas, hay quien no tiene nada y ninguna posibilidad en medio de la Pandemia.

La receta clásica de crepas lleva por cada 100 gramos de harina, una taza de leche, un huevo, una pizca de sal y una cucharada de mantequilla derretida, mezclo todo en licuadora mientras bailo “Disco Inferno”. La placa de hierro se encuentra a punto de calor, vierto la mezcla y veo cómo se va  formando la tortilla. Ojo –me digo- tiene  que quedar delgada, lo suficiente para poderla enrollar. Van una tras otra, al final tengo un altero de crepas en la charola. ¿Para qué tantas, me digo, solo estoy yo aquí, confinada, sin pareja, los hijos en sus propios hogares. Nadie a mi lado que disfrute las delicias de este platillo.

Con “We are familiy” a todo vuelo, dispongo la mesa. Lugar solo para uno: Mantelillo, plato extendido, cuchillo y tenedor, taza para el té, copa para el jugo. Con cuidado acomodo la fruta, el jugo, las crepas, relleno con mermelada artesanal. Para compensar tanta azúcar (no resultó ser un desayuno tan sano) vierto té negro chai en la taza y de inmediato se incrusta en mis narices el divino aroma de las especies que contiene: canela, clavo, jengibre, anis. Me congratulo nuevamente porque todavía tengo olfato, gusto, oído, vista, tacto y sentido del ritmo, como gustosa mientras  “A tast of honey” me hace mover los pies.

“I will survive” no puede faltar, me levanto de la mesa para seguir bailando; brinco, levanto el brazo y grito:  I will survive, I will survive, I will survive!!! Veo la charola de crepas y decido: Las compartiré como las abuelas que hacían kilos y kilos de galletas para todo el barrio, porque sea como sea, sobreviviré, sobreviviré.